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Mª Antonieta (2006).

Kirsten Dunst como Mª Antoniette.

Ayer con muchísimo retraso, vi la tercera película de Sofia Coppola.
A mi su cine me conquistó profundamente con su extraordinario debut «Las vírgenes suicidas» y con la aclamada y especialísima – pour moi- «Lost in traslatiion». Pero reconozco que después me desconecté. Y concretamente, de esta cinta bio-pic sobre el famoso personaje histórico, me desentendí bastante.

Pero a mi me interesa mucho más la mirada que Sofia Coppola aplica al personaje. Una mujer-niña extranjera, llevada a la Corte francesa para contraer matrimonio con el Delfin de Francia, futuro Luis XVI, por razones de alianzas políticas, que como tantas otras- y sobre esto volveré-, fue sistemáticamente criticada, ridiculizada, y convertida en la causa -más que improbable- de todas las penurias de Francia.
En este sentido, la directora escribió el guión, inspirada en la biografía histórica «Marie-Antoinette: The Journey» de Antonia Fraser. Un trabajo histórico realizado por otra mujer.
Y esta circunstancia es pertinente, porque la mirada que la película desarrolla sobre el personaje trata de destacar las condiciones en que una niña-princesa austriaca llega a un sistema socio-cultural extremadamente complejo, exageradamente ampuloso, tan diferente del mundo que ella había conocido hasta ese momento, y también, por todo lo anterior, tan poco acogedor. Los espectadores asistimos, con la misma sensación de incredulidad que Mª Antonieta (Kirsten Dunst), a las interminables y invasoras sesiones de aseo de la Delfina, en las que intervienen la mitad de las mujeres de la Corte por turnos, dirigidas por una extraordinariamente bien caracterizada Anne d’Arpajon, condesa de Noailles (Judy Davis), primera dama de honor de las reinas de Francia. O a las comidas junto al futuro rey (Jason Schwartzman), interminables sesiones de gourmetismo durante las cuales los esposos no se dirigen la palabra. O las más que desesperantes noches en el lecho conyugal sin consumar el matrimonio, lo cual es fatídico para la protagonista, que tiene como principal misión dotar de un heredero -varón- a Francia.
En este contexto, la futura reina sobrelleva periodos de profunda depresión, que comienza a intentar mitigar echando mano de lo único que se le ofrece, toda clase de extravagantes y costosos objetos de consumo (es especialmente llamativa una sesión de peluquería, cuyo resultado ofrece serias dudas de resistencia a la ley de la gravedad). Y también de amantes -en la peli aparece el conde de Fersen (Jamie Dornan). Y creo que ahí está la clave de la película, en la profunda soledad y tristeza que aqueja al personaje. Que la lleva por un camino de excesos, difícilmente justificables en la situación de carestía y pobreza que afecta al país, y que justamente es utilizado para desviar la atención de las verdaderas causas de la ruina de la Hacienda francesa, que más tiene que ver con el apoyo económico sostenido en el tiempo a las colonias americanas que están luchando por la independencia de Inglaterra.

Y por fin, años después, me parece que la película, sin alcanzar la excelencia, y por qué no decirlo, la especialidad, en el sentido más personal del término, de sus predecesoras, contiene elementos sobre los que vale la pena reflexionar.
En primer lugar, se trata de una película dirigida, escrita y parcialmente producida por una mujer, lo cual siempre es un acontecimiento a celebrar.
Es cierto, que Sofia tenía unos mentores difícilmente superables, comenzando por papá Francis. Pero no es menos cierto que esta mujer posee un talento y una mirada cinematográfica de gran calidad y sensibilidad.
Esta película tiene entre sus valores más evidentes la recreación con muy buenos medios de una época excesiva, con esa fastuosidad del vestuario, los peinados, las estancias -dormitorio, comedor, salas de recepción pública-, del inconmensurable Versalles del siglo XVIII. No por casualidad, la cinta fue galardonada en los Premios Oscars en estos apartados.

Mª Antonieta vive totalmente ajena a estas circunstancias, que decide, siempre bajo la influencia de sus asesores, su apocado e indolente esposo. Y es esta circunstancia la que, para mi, convierte a la película, como a la obra en que se inspiró, en un ejercicio de reivindicación de la desigualdad histórica de las mujeres de aquellas épocas, que siempre nos sirve de referente para comprender las desigualdades que permanecen vigentes en nuestros días. Quería recordar aquí otra obra histórica, con parecidas aspiraciones en torno a nuestra reina Isabel II, «Isabel II :no se puede reinar inocentemente», de Isabel Burdiel, que ha sido desarrollada en obras posteriores.

El final de la película, con la corte de Versalles asediada por una multitud famélica y desesperada, nos conduce al comienzo del final de las monarquías absolutistas en Europa. Estalla la Revolución francesa, y con ella el cambio de época y de paradigma.

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